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De lo oculto a lo visible: el camino del hierro en la arquitectura moderna

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Introducción

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La Revolución Industrial marcó un antes y un después en la historia de la arquitectura. Con la aparición del hierro y posteriormente del acero, los edificios dejaron de depender únicamente de la piedra y la mampostería, y comenzaron a reflejar los valores de una nueva era: la del progreso técnico, la producción en serie y la movilidad. Este cambio no solo transformó los métodos constructivos, sino también la manera de entender la ornamentación. Lo decorativo dejó de ser un mero revestimiento aplicado sobre la estructura para empezar a surgir de ella misma.

 

En las estaciones de tren ,símbolos de la modernidad industrial, esta transformación se hace visible. A través del recorrido por tres casos emblemáticos, Union Station en Washington D.C. (1907, Daniel Burnham), Gare du Nord en París (1864, Jacques Ignace Hittorff) y Pennsylvania Station en Nueva York (1910, McKim, Mead & White), se analiza cómo el hierro pasa de estar oculto, a insinuarse, y finalmente a exponerse como parte esencial del lenguaje arquitectónico.

 

Kenneth Frampton subraya este giro histórico al decir:

“Con el hierro, apareció por vez primera en la historia de la arquitectura un material artificial de construcción. […] Recibió un impulso decisivo cuando resultó que la locomotora sólo podía ser utilizada sobre raíles de hierro.”

(Frampton, 1981, p. 29)

 

El trabajo propone leer esta evolución como un proceso estético y cultural: primero, la técnica se disfraza bajo la piedra clásica; luego, se deja entrever como ornamento; y, finalmente, se convierte en expresión pura. En este camino, la ornamentación deja de ser un adorno del pasado para convertirse en una manifestación del espíritu moderno, donde la estructura, la luz y el movimiento se vuelven los nuevos elementos decorativos de la arquitectura del hierro.

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La estructura oculta bajo la ornamentación

Caso: Union Station – Washington D.C. (1907, Daniel Burnham)

La Union Station de Washington D.C. es uno de los ejemplos más claros de cómo la arquitectura de comienzos del siglo XX se debatía entre la modernidad técnica y la tradición estética. Daniel Burnham, su principal diseñador, fue uno de los máximos representantes del movimiento Beaux-Arts en Estados Unidos, una corriente que proponía devolverle a la ciudad un orden moral, jerárquico y simbólico a través del diseño clásico, en un tiempo en que la industria, la máquina y la movilidad estaban transformando el paisaje urbano, el Beaux-Arts ofrecía una imagen capaz de otorgar dignidad y estabilidad a una sociedad en pleno cambio.

 

De este modo, Union Station no fue solo una obra funcional destinada al transporte, sino una pieza crucial dentro del plan urbano de Washington, alineada con los ideales del Beaux-Arts. Su escala monumental, la simetría de su composición y las referencias directas a la arquitectura romana, en particular al Arco de Constantino y a las termas imperiales (Fig. 1), expresan la búsqueda de un orden racional y clásico frente al caos de la expansión industrial. El mármol blanco de su fachada, sus columnas corintias y su ritmo compositivo transmiten la idea de que el arte clásico puede coexistir junto con la modernidad y darle forma a la misma.

 

Sin embargo, detrás de esa fachada que parece ser atemporal, se oculta una estructura de hierro y acero, que hace posible las grandes luces del vestíbulo central, los techos abovedados y los amplios andenes (Fig. 2; Fig. 3 y 4). Esta dualidad entre la apariencia clásica y la estructura moderna es el corazón del proyecto y la clave de su interpretación histórica. Burnham no busca ignorar la técnica, al contrario, la domina y la utiliza, pero decide mantenerla invisible. En su obra, el hierro (símbolo de la industria, el ferrocarril y la ingeniería) se encuentra oculto tras el mármol que todavía representa el ideal de belleza y nobleza arquitectónica.

"Ya en el periodo victoriano, el hierro aún seguía considerándose adecuado tan sólo para sujeciones por personas que —como John Ruskin— odiaban la industria. [...] La poca resistencia a la intemperie y la falta de precedentes clásicos en su utilización no eran las únicas razones de que el hierro tuviese una parte tan poco importante en toda clase de construcciones; existía también el inconveniente de que no podía producirse salvo en cantidades relativamente pequeñas.”(Giedion, 1941, p. 189)

 

De este modo, Union Station encarna una tensión histórica y cultural, es una obra que anuncia el siglo XX, pero que mira al XIX. Representa el momento en que la arquitectura todavía teme mostrarse moderna, cuando el lenguaje clásico actúa como una mediación entre la tradición y el futuro. El edificio se convierte así en una metáfora de su tiempo: la estructura moderna sostiene el peso del pasado, literalmente y simbólicamente.

 

Burnham logra una síntesis ambigua, su estación es al mismo tiempo un monumento y una máquina, un templo y una terminal. En ella, el progreso técnico no se exhibe, sino que se sublima bajo el mármol, como si el arquitecto quisiera reconciliar la nueva era con los ideales de orden, belleza y permanencia que habían definido a la arquitectura durante siglos. Esa contradicción, entre lo visible y lo oculto, entre lo moderno y lo clásico, es precisamente lo que le da a Union Station su fuerza expresiva y su significado histórico: el edificio que quiso ser moderno, pero temió parecerlo.

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La estructura insinuada: el hierro como ornamento interior

Caso: Gare du Nord – París (1864, Jacques Ignace Hittorff)

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La Gare du Nord de París, proyectada por Jacques Ignace Hittorff entre 1861 y 1865, es un claro ejemplo del tránsito entre dos épocas, la del clasicismo urbano y la emergencia de la arquitectura industrial. En ella, la piedra y el hierro coexisten, pero no en igualdad de condiciones, una domina la representación exterior, la otra sostiene y define el espacio interior.

 

El contexto urbano en el que surge la estación es decisivo. Haussmann fue quien impuso la lógica de la línea recta, la simetría y la escala monumental que redefinieron París. Bajo su dirección, la ciudad se convirtió en un organismo regulado, racional, jerarquizado. Las avenidas, los bulevares y las fachadas homogéneas configuraron una imagen de orden y control, donde la arquitectura debía transmitir autoridad y permanencia. La Gare du Nord responde a este programa visual: su fachada clásica, con esculturas alegóricas, columnas corintias y frontones, reproduce la retórica del poder urbano. La piedra sigue siendo el lenguaje de lo visible, del prestigio y de la representación (Fig. 1).

 

Sin embargo, al atravesar esa fachada, el interior metálico de la estación marca un punto de inflexión en la historia de la arquitectura, un espacio donde la técnica deja de ser invisible. Las columnas de hierro fundido, las arcadas de tres articulaciones y la cubierta de vidrio crean una atmósfera completamente nueva, donde la luz natural inunda la nave principal y el espacio se percibe libre, continuo, sin los límites impuestos por los muros portantes tradicionales. Benevolo (1963) describe esta proeza técnica con admiración: un espacio de 115 por 420 metros, comparable en escala al Palacio de Cristal, pero ahora integrado al tejido urbano parisino.

 

Esa transformación no es solo constructiva, sino también cultural y perceptiva. Por primera vez, la estructura metálica no solo resuelve un problema de ingeniería: configura la experiencia espacial. El hierro, antes relegado a lo técnico, se convierte en un actor estético (fig. 2). Sus columnas adquieren capiteles, sus arcos repiten ritmos y proporciones clásicas, como si el nuevo material aún necesitara verse como aquellos utilizados en el pasado para ser incorporado a las obras (Fig 3). El hierro se insinúa, se deja ver, y participa del ornamento, sin sustituirlo del todo.

 

“El edificio no muestra más que una leve adaptación de los antiguos métodos constructivos al nuevo material, una inteligente sustitución de los nervios de hierro en lugar de las armaduras de madera usadas habitualmente.”(Giedion, 1941, p. 195)

 

Esta doble condición (piedra por fuera, hierro por dentro) expresa la tensión profunda del siglo XIX. Una época que produce la modernidad, pero que mantiene su propia imagen. El progreso se celebra, pero debe mantenerse bajo control visual. Por eso el hierro, símbolo del movimiento, del ferrocarril y de la industria, se mantiene escondido, su presencia visible dentro del edificio se equilibra con una fachada que tranquiliza al espectador, reafirmando los valores de permanencia y autoridad que el nuevo orden urbano necesitaba proyectar (Fig. 3).

 

La Gare du Nord encarna así la transición entre dos paradigmas arquitectónicos. Por un lado, prolonga el lenguaje clásico de la ciudad tradicional, en la que la arquitectura se integra a una visión política del espacio: orden, jerarquía y control. Por otro, anuncia la sensibilidad moderna, en la que la estructura, la luz y el espacio libre comienzan a definir la experiencia. El hierro deja de ser un elemento técnico y estructural para convertirse en una presencia expresiva.

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La estructura expuesta: la técnica como expresión

Caso: Pennsylvania Station – Nueva York (1910, McKim, Mead & White)

Proyectada por McKim, Mead & White e inaugurada en 1910, representa el punto final de una transformación que había comenzado medio siglo antes en Europa. Si en la Gare du Nord el hierro aún se insinuaba bajo el orden clásica, y en la Union Station se ocultaba bajo el mármol, aquí la estructura se revela plenamente, el acero y el vidrio ya no se esconden.

 

Las imágenes del interior lo evidencian con claridad. En ellas, las arcadas metálicas se alzan como una trama estructural expuesta, sin revestimientos que las oculten. La luz natural ingresa desde las bóvedas vidriadas y se distribuye por el espacio, generando una atmósfera transparente. Las columnas de acero definen el ritmo del espacio con mucha precisión. En lugar de disimular la técnica, McKim la convierte en lenguaje. La modernidad, finalmente, toma protagonismo en este proyecto.

 

Frampton había señalado que el ferrocarril fue el primer territorio donde el hierro se transformó en arquitectura, un ámbito en el que la técnica adquirió una dimensión más que simbólica. Las estaciones, dice, fueron los “templos del movimiento”, los lugares donde la sociedad industrial celebró su propia potencia. Benevolo lo complementa: esas grandes cubiertas de vidrio y hierro acostumbraron a los arquitectos a concebir espacios totalmente transparentes, libres de muros portantes, abiertos a la luz. En la Pennsylvania Station, esa idea alcanza su madurez: la cubierta transparente ya no es un mero recurso funcional, sino un símbolo de la nueva era. (Fig 1)

 

“El raíl fue la primera unidad de construcción, el precursor de la viga. El hierro era evitado en las casas de vivienda, y servía para arcadas, salas de exposición, estaciones de ferrocarril y otros edificios que cumplieran finalidades transitorias.” (Frampton, 1981, p. 29)

 

La monumentalidad, entonces, cambia de sentido. Ya no reside en el mármol ni en la ornamentación escultórica, sino en la escala del espacio y en la pureza estructural (Fig. 3). Lo que antes era ornamento, ahora es estructura; lo que antes se escondía, ahora se muestra (Fig. 2). La estética clásica persiste, pero transformada: las proporciones, los ejes y la composición general conservan una racionalidad heredada del clasicismo, aunque aplicada a un nuevo lenguaje material. La columna de hierro sustituye a la corintia, la bóveda vidriada reemplaza al casetonado pétreo.

 

Las imágenes reflejan esa fusión entre técnica y monumentalidad. En la primera, la estructura se multiplica en planos sucesivos, creando una profundidad espacial inédita, donde el ojo recorre un espacio ordenado de pilares y arcos metálicos. En la segunda, la luz que atraviesa la cubierta genera una atmósfera donde el hierro parece disolverse en la claridad. En la tercera, la composición revela su lógica geométrica, los arcos se entrelazan con precisión, mientras la transparencia del vidrio transforma el espacio en una catedral de acero y luz.

 

Sin embargo, la Pennsylvania Station no rompe del todo con el pasado. Su planta axial, su orden simétrico y su fachada exterior (inspirada en obras de la antigua Roma) mantienen un diálogo con la tradición Beaux-Arts. Pero a diferencia de Burnham o de Hittorff, McKim no teme a la técnica, la incorpora como parte del ideal estético. La modernidad ya no necesita esconderse tras el mármol, puede mostrarse como parte de la belleza.Así, la estación simboliza una síntesis entre clasicismo y modernidad. Es el momento en que la estructura metálica deja de ser un medio para convertirse en fin, cuando el progreso técnico y la expresión arquitectónica coinciden.

 

En definitiva, la Pennsylvania Station fue más que una terminal ferroviaria, representó el cierre de la arquitectura del siglo XIX y la apertura hacia la modernidad. En su interior de acero y vidrio, la luz reemplaza al ornamento, la estructura reemplaza al muro, y la ciudad industrial celebra, por primera vez, la belleza de su propio tiempo.

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Conclusión:

El recorrido por la Union Station, la Gare du Nord y la Pennsylvania Station evidencia cómo la Revolución Industrial transformó profundamente el lenguaje arquitectónico. El hierro, material nacido del ámbito técnico y de la producción industrial, fue incorporándose de manera gradual al mundo del arte y la representación, pasando de ser un elemento oculto a convertirse en protagonista visible.

 

En cada una de estas obras se manifiesta una etapa distinta de esa evolución. En la Union Station, el hierro se oculta tras el mármol, subordinado a la apariencia clásica; en la Gare du Nord, se deja entrever bajo la luz del vidrio, coexistiendo con el ornamento académico; y en la Pennsylvania Station, finalmente, la estructura se muestra sin temor, convirtiéndose en lenguaje y expresión. Este proceso marca el pasaje de una belleza basada en la imitación del pasado hacia otra que surge de la verdad constructiva.

“Las primeras estaciones de ferrocarril necesitan grandes cubiertas de vidrio, y las nuevas tiendas, con sus amplios escaparates de exposición, acostumbran a los arquitectos a proyectar paredes enteramente de vidrio.”

(Benevolo, 1963, p. 63)

 

Esta cita refleja el resultado final del proceso: cuando la técnica y el hierro ya no se ocultan, sino que generan una nueva estética basada en la transparencia, la luz y la estructura misma. Resume el paso de lo “oculto” a lo “visible” .

La técnica, antes silenciosa, adquiere valor estético. El ornamento ya no se aplica sobre la superficie, sino que nace de la propia estructura metálica, de su ritmo, su repetición y su precisión. Así, el hierro no solo representa un cambio material, sino también cultural y simbólico: el momento en que la arquitectura comienza a mostrarse tal como es, celebrando la luz, la transparencia y la sinceridad del material.De lo oculto a lo visible, la arquitectura del hierro expresa la transición hacia la modernidad. Una modernidad donde la técnica se vuelve poética, y donde la estructura deja de esconderse para convertirse en el nuevo ornamento de la era industrial.

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